Los Macroinstantes y Jardiel Poncela



Al Doctor Canelles

Viajé a Nueva York el pasado verano. Es un monstruo poderoso que te obliga a hacer algo por él. Te lo exige. En mi caso no fue el impulso de escribir, ni siquiera de fotografiar. Nueva York me exigió que lo filmara. Grabé clips de 15 segundos durante siete días. Allá donde estuviese y activado por una sensación justificable, encendía la cámara. Era un acto automático sin intenciones narrativas ni planificación para un futuro montaje. Tampoco respondía a impulsos turísticos, por no hablar de cinematográficos. Fue como filmar olores, macroinstantes.

***

A Europa se vuelve en seguida. Visionando las cintas me asaltó un recuerdo. Un libro de la infancia. Las 1000 mejores poesías en lengua castellana. Era un libro viejo, de tapas rojas y separador de seda. Libro que presupongo heredó mi madre, y que ojeaba con devoción susurrando "éste es buenísimo" a cada página. De niño tenía una de esas grabadoras de minicassette. Mi amigo venía a casa, y nos encerrábamos en la habitación a grabar falsas entrevistas, noticias y toda clase de menudencias radiofónicas. ¨Él, bendecido por el don de la dicción, convertía el juego en algo muy realista y divertido. Una de esas tardes se me ocurrió coger el libro rojo de mi madre para incluir en nuestro programa un espacio de poesía. Abríamos al azar para escoger el poema. La primera vez que lo hicimos apareció el siguiente:

Una ciudad con dos ríos.
Chinos, negros y judíos
con idénticos anhelos.
Y millones de habitantes,
pequeños como guisantes,
vistos desde un rascacielos.

En el invierno, un cruel frío
que hace llorar. En estío,
un calor abrasador
que mata al gobernador
–que es siempre un señor con lentes–
y a los doce o trece agentes
que lleva a su alrededor.

Soledad entre las gentes.
Comerciantes y clientes.
Un templo junto a un teatro.
Veintitrés o veinticuatro
religiones diferentes.

Agitación. Disparate.
Un anuncio en cada esquina.
"Jazz-band". Jugo de tomate.
Chicle. "Whisky”. Gasolina.

Circunsición. Periodismo:

diez ediciones diarias,
que anuncian noticias varias
y todas dicen lo mismo.

Parques con una caterva

de amantes sobre la hierba
entre mil ardillas vivas.
Masas con fama de activas,
pero indolentes y apáticas.
"Estrellas", actrices, "divas"
y máquinas automáticas.

Oficinas sin tinteros:

con "Kalamazoos", ficheros,
con nueve timbres por mesa
y con patronos groseros
de cara de aves de presa.

Espectáculos por horas.

"Sandwichs" de pollo y pepino.
Ruido de remachadoras.
Magos y adivinadoras
de la suerte y del destino.

Hombres de un solo perfil,
con la nariz infantil
y los corazones viejos;
el cielo pilla tan lejos,
que nadie mira a lo alto.

Radio. Brigadas de Asalto.

Sed. "Coca-Cola". Sudor.
Limpiabotas de color.
Cemento. Acero. Basalto.
"Garages" con ascensor.

Prisa. Bolsa. Sobresalto.

Y dólares. Y dolor:
un infinito dolor
corriendo por el asfalto
entre un "Chevrolet" y un "Ford"

Lo leíamos una y otra vez, estaba lleno de palabras nuevas, era rápido, cuesta abajo, divertido y sencillo. Perfecto para nuestra radio. Lo leímos con solemnidad, imitando acentos, deprisa, des pa ci o...
Con un poema de Jardiel Poncela se pasaba uno la tarde.
A la supuesta adultez se llega en seguida. Años después visionando el poema recordé las cintas. Que orgullo al sentir la impronta de un poeta. Nueva York es el dichoso poema. Nueva York es así. No sobra ni falta nada. "Nueva York, Nueva York.."
En mí sin embargo, sobra tiempo para montar los clips y pedirle al doctor Canelles que vuelva a recitar a Jardiel en un juego que más tiene que ver con fotogramas por segundo que con herzios.
Y Faltabas tú mi hermano. Faltabas tú.














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